Ni siquiera vengo a ponerme amarga y a hablar de lo ácida
que me resulta la poesía para la circulación.
Vengo a hablaros de que he conocido al amor,
otra vez,
en una de sus mejores formas.
Lo he conocido en unos ojos cansados,
pero no tristes y tampoco apagados,
unos ojos que han vivido demasiados años
y quieren narrar miles de experiencias con cada pestañeo.
Unos ojos con una mirada
aún más transparente que el agua,
que te invitan a conocer cada
rincón de su alma inmensa,
ya bien crecida por los años.
Lo he conocido lleno de arrugas
y sin planchar,
pero escucha bien una cosa:
Falta no le hace.
He conocido al amor que tiene la forma
más natural y pura.
Y créeme cuando te digo
lo desafortunada que me siento
por no poder vivirlo
en mis propias carnes
por tener que esperar unos años más.
Pero, eh, sin prisas que, lo bueno,
se hace
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