jueves, febrero 26, 2015

No, no me vas a convencer.

Ella es lo mejor que puede pasarle a cualquiera y no paro de pensar en la suerte que he tenido de ser yo esa "cualquiera" con quien se cruzó un día por casualidad, sin mediar palabra.
Quién me iba a decir a mí que iba a estar aquí.
Que iba a estar así.
Que iba a ser ella y no cualquier otra la que me quitase el sueño con sonrisas cada noche y me diera más ganas de seguir adelante con cada abrazo, cada mirada, cada gesto.

Que no, no puedes hablarme de qué es vida, si no te ha dado un vuelco el corazón cada vez que recordabas su sonrisa al pensar que la perdías, por idiota. Eso sí es sentir, créeme.

Tampoco puedes hablarme de qué es alegría si no sabes lo que es tenerla entre tus brazos vivamente personificada.
Ni de la tristeza, si no te has visto obligada a dejarla marchar mientras tu mente sólo pensaba "quédate un ratito más".

Desde ese día, en el que no fui capaz de ver cómo se alejaba por aquellos laberintos de subsuelo, sin que un millón de lágrimas turbiara mi vista, me juré a mí misma que no iba a desperdiciar un segundo más, aunque no pudiese estar a su lado. Que conseguiría tiempo de debajo de las piedras si hacía falta, por sacarle esas sonrisas.

Aún no me lo creo, que es un sueño hecho realidad se queda demasiado corto. Porque hace que el mundo se pare en cada instante que me recuerda que soy esa cualquiera. No hablo de tenerla, sino de que me tenga y no quiera soltarme a pesar de que me merezco caer una y otra vez.

Gracias, pequeña.